12 sept 2011

Esperanza no, esperanza si.

Es difícil rehacer tu vida después de que se termine una relación, pero más difícil es hacerlo cuando en menos de un año acabas dos. Se te pasan muchas cosas por la cabeza. Que no eres valida. Que nadie nunca te va a querer. Tantas cosas, que ahora mismo ya me resulta imposible contarlas. Y lo peor de todo es la falta de respuestas. Demasiadas preguntas, dudas y sobre todo mucho dolor. Y nada que te pueda aliviar. Quisiera poder saber, entender las cosas y los porqués, pero no soy capaz. Nunca he tenido la respuesta y tampoco me la han dado. Excusas si me han puesto, pero no me sirven. Son solo excusas. No es nada que pueda valerme, hacer que continúe.

Cuando las cosas se acaban nos solemos quedar estancados. A unos les cuesta menos salir a la luz, volver a la vida. A mí, a mi me cuesta una vida en realidad. Eso de poner un pie delante del otro e intentar caminar no sé hacerlo. Se me ha olvidado cómo funciona el tema. Se me ha llegado a olvidar hasta respirar. Mi corazón ya no consigue latir, ni sentir. Intento respirar, tomarme las cosas con filosofía pero no puedo. Es como si tuviera una palanca y se quedase estancada en modo dolor. No quiero recordar y lo hago. No quiero llorar y lloro. Quiero reír y no puedo. Siento envidia de las personas que después de que les hayan roto el corazón miran con felicidad a la vida. Tienen esperanza. Pero yo la perdí.

Dicen que cuando Pandora abrió la caja lo único que quedo dentro fue la esperanza. ¿Y donde está la mía? Creo que salió volando junto con todos los males. Lo único que quedo ha sido la amargura. Amargura de no saberme valorada. Amargura de sentir que no me han querido, pero sobre todo amargura porque sé que no hay nadie que sea capaz de quererme. Ni siquiera un poquito.

Sonrío, sentada delante del ordenador. Pero es una sonrisa triste. Una sonrisa de alguien que pensaba que ya no iba a poder perder más porque lo había perdido todo. Una sonrisa irónica porque se ha dado cuenta de que siempre puedes seguir perdiendo más. La vida nunca tiene suficiente. Siempre va a querer las lagrimas. Se nutre de ellas, pero sin darte la felicidad justa para que esas lágrimas no duelan tanto. Y no es justo. No lo es. He pagado un precio muy grande. Y me merezco esa felicidad. Me la he ganado. Y no la tengo. Me gustaría saber a cuantas personas más les pasa esto. Porque sé que no soy la única. Aunque muchas veces me sienta muy sola. Eso es lo peor de estar triste, puedes tener a todas las personas del mundo a tu alrededor y saber que estás sin nadie.

Supongo que llegará un momento en el que se me pase. Que no duela tanto. Que aprenda a sobrevivir. Tengo ganas de que llegue ya, ganas de salir y ver la luz del sol. De ver que todavía puedo disfrutar de muchas cosas. De sentir sobre mi piel el aire, el calor de la vida. Pero sobre todo tengo ganas de sonreír. De poder esbozar una sonrisa autentica, real y sobre todo que pueda ser duradera. Quiero poder salir y vivir, de llorar de alegría y no solo de infelicidad. Leyendo un poco todo lo que he escrito me he dado cuenta de que no toda la esperanza se ha escapado. Conseguí retener un poco, no dejarlo escapar. Y saber eso me está dando un poco de felicidad. De seguridad. Y me estoy dando cuenta de que igual, pero solo igual, la vida me puede traer también alguna pequeña alegría.

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