3 oct 2009

No sin mis zapatos (la fidelidad desde otro punto de vista)

Ayer de noche, hablando con una persona de todo un poco de lo que hay en este (a veces) asqueroso mundo, le confesé que estaba enamorada .....de mis zapatos.
El, como buen hombre que es y por lo tanto no entendedor de los complejos engranajes de un cerebro femenino, simplemente me miró como si hubiera perdido alguno de los pocos tornillos que me quedan. Por suerte, estoy acostumbrada a que me observen así el 90% de las veces. Le respondí que aunque no lo pareciese todavía tenía la cabeza en mi sitio y las neuronas funcionando. Me observó a la espera de que le diese una explicación medio coherente a tan rotunda afirmación que acababa de soltar hacía escasos segundos.
Esto es muy sencillo, comencé. Todas las mujeres estamos enamoradas de nuestros zapatos. Otra cosa es que lo confesemos. ¿Y porqué?, me preguntó. No lo entiendo. Son solo zapatos, explicó con cara de circunstancia. Te llevan a donde quieres y son cómodos, te pueden gustar mucho, pero de ahí a estar enajenados por ellos hay un abismo. Yo le repliqué que no es tan sencillo, que primero debería meterse en la cabeza de una fémina para ser capaz de comprenderlo.
La razón porque estamos encoñadas con los zapatos es porque, aparte de los perros y algún gato de carácter excepcional, el calzado en general y los zapatos en particular son fieles, completamente e incondicionalmente leales. Tus zapatos (excepto si calzáis el mismo número y ni con esas), no se van a ir ni con tu mejor amiga ni con la primera cualquiera que vean por ahí. Son tuyos, solamente tuyos y ellos lo saben. Aguantan lo inaguantable. Los usas, los llenas de mierda (todos hemos pisado caca de animalitos), los pisas tu misma y te los pisan, les levantas la piel por mal uso, puedes llegar a romper el tacón por hacer alguna barrabasada, llegas a casa tan cansada que lo primero que haces es quitártelos y azotarlos a algún rincón. Y ellos siguen contigo. No se quejan, no tienes que ver como prefieren ver el partido antes que estar contigo, se adaptan completamente a tus pies, a tu forma de caminar. Sabes que te aman, que no les importa que les uses, que te necesitan. Te entienden. Cuando estas depre te calzas tus mejores botas y vas a por otro par de zapatos y ellos no se ponen celosos. Para ellos nunca has engordado y siempre estas muy guapa. Has llorado encima de ellos. Se los has tirado a aquel cabrón que no te quería y que encima te utilizó y ellos, como buenos amigos, maniobraban de tal manera que siempre apuntaban con el tacón.
Por esto las mujeres amamos a nuestros zapatos. Son devotos de tal manera que nadie es capaz de hacerles sombra. Están ahí para las cosas buenas y las malas.
Todas estas cosas son las que hacen que cuando tenemos un flechazo con ese par de sandalias, esas princesitas etc...se nos pase un poquito cualquier depresión que tengamos, porque sabemos que acabamos de encontrar una de las relaciones mas duraderas y verdaderas de nuestra vida.
Por todo esto es por lo que yo prefiero un buen par de botas a un buen par de hombres. Me duran mas las primeras que los segundos.